estaban su compañero y la persona que les había dado los informes que se conocen.
—Sefior comandante, sabe Usía que la escolta roarcha hoy muy temprano, y ya es la madrugada.
— —Bien, teniente, vámonos. Usted mo ha scompañado como un amigo, y no quiero incomodarlo más. Vámonos y marche á su cuartel.
—Señor de Mariño, mire Su Merced que lo que me ha dado lo he gastado todo en la llave falsa, y no tengo nada que darles á los de casa.
—Bien, mañana.
¡Pero, cómo mañana?
—Vamos, toma y déjame en paz.
Y cuánto es esto?
—No sé. Pero no debe ser poco.
—Cuando más, cinco pesos—dijo la mujer de la llave falsa, marchando delante del comandante Mariño y teniente del escuadrón escolta; y pasando por la verja de hierro, cuyo puerta cerró Mariño, guardándose luego la llave en el holsiilo.
Un momento después esos dos personajes de la federación dejaban á su colega por ella en la pulpería contigua a la casa de Amalia, satisfecha de ver que, aunque negra como era, prestaba servicios de importancia á la santa causa de pobres y ricos. Y comandante y teniente tomaban el galope para la ciudad, dirigiéndosc, el primero á su cuartel de serenos; y el otro al de la escolta de Su Excelencia.