Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/248

Esta página no ha sido corregida
— 244 —

cosa que jamás había acontecido á tales horas, después de la tristisima noche con que empezamos la exposición de esta historia.

—Si no hay nadie. Aunque Su Merced se esté hasta mañana, no ha de ver luz, ni á radle—dijo, sin el misterio que parecía requerir aquella hora, una voz chilloua de mujer.

—Pero cuándo, adónde se han ido?— oxolamó con un acento de impaciencia y rabia la persona á quien se había dirigido la mujer.

Ya le he dicho á Su Msroed que se han ido anteayer, y que han de estar por ahí no más. Yo los vi salir. Tona Amalia montó en el coche llevando de cochero al viejo Pedro, y de lacayo al mulato que la servía. Junto con doña Amalia subió la muchacha Luisa. Y después se bajó del coche dofía Amalia, abrió las piezas y volvió á salir y subir al coche trayendo dos jaulas de pajaritos.

Nada han llevado; y aquí no hay sino los negros viejos que están durmiendo en la quinta.

Restablecióse el silencio y uno de aquellos tres misteriosos personajes volvió á correr do puerta en puerta, de ventana en ventana, á ver si descubría alguna luz, si percibía algúr ruido que le indicase la existencia de alguien en aquella mansión desierta y misteriosa.

Pero todo era en vano: él no oía sino el eco de sus propios pasos, y el murmullo de los grandes álamos de la quinta, mecidos por la recia brisa de aquella noche de invierno obscura y fría.

Por un momento esa especie de fantasma alzó su mano en actitud de descargar un golpe sobre los cristales de una de las ventanas de la alcoba da Amalia, pero la bajó y volvió al lugar en que