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con quien he tenido la desgracia de tropezar—contestó Daniel, con la mayor naturalidad.

—Y yo creo que ho oído la voz de usted en alguna otra parte. Y aquel otro señor que está dentro del coche, será... ¿Cómo está usted, señor?

Don Cándido hizo tres ó cuatro saludos con la cabeza, sin desplegar los labios, y sin acahar de limpiar el rostro con el pañuelo.

—¡Ah, es mudol—prasiguió el fraile.

Quería usted alguna cosa, señor Gaete?

—Me gusta mucho oir la voz de usted, señor...

¿quiere usted decirme?

—Que tengo que hacer, señor—dijo Danicl, saltando al coche y haciendo una señal al cochero, que hizo partir los caballos & trote largo, en dirección á la plaza de la Victoria, mientras el reverendo cura Gaete se quedó sonriendo, con una expresión de gozo infernal en au fisonomía, y mirando el número de la casa de mudama Dupasquier.

AMALIA 16.—TOMO II