Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/244

Esta página no ha sido corregida
— 240 —

fuertemente entre sus manos de azucena la mano que debía recibir más tarde ante el pie del altar.

Daniel besó la de madama Dupasquier, y salió de la sala aparentando un contentamiento que, desgraciadamente, empezaba á alejarse de su corazón.

—Sabos, Daniel, una cosa ?—dijo don Cándido, que se paseaba en el zaguán, esperándolo.

—Después, después. Vamos al coche.

Daniel salió tau precipitadamente de la casa, que al bajar de la puerta dió un fucrte hombrazo sobre un hombre grueso, que & paso mesurado y con la cabeza muy erguide y el sombrero echado á la nuca, pasaba, casualmente, en aquel momento.

—Dispense ustad, caballero—dijo Daniel, sin mirarle á la cara, acercándose á la portezuela del coche, abriéndola él mismo, y diciendo al cochero:

—A mi casa.

Hombre, esta voz!...—dijo el personaje del sombrero á la nuca, parándose y mirando á Daniel, que subía al estribo.

—Caballero, me hace usted el favor de oirme una palabra ?—prosiguió el desconocido, dirigiéndose á Daniel.

—Las que usted quiera, señor mío—dijo el joven, con un pie en el estribo y otro en tierra, dándose vuelta tacia aquel hombre, cuya cara no habia visto todavía; imientras don Cándido, pálido como un cadáver, se escurrió hasta el coche, por entre las piernas de Daniel, y se acurrucó en un ángulo de los asientos, fingiendo limpiarse el rostro con un pañuelo, pero, evidentemente enmascarándoso.

Me conoce usted?

Ah! no parece que es el señor cura Gocte