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Hola! Muy bien, ¿y qué más?

¡Qué más ¿Te parece poco el enorme, el moustruoso peligro que está pesando sobre tu frente, y, naturalmente, sobre la mia, desde que todos saben nuestras estrechas, íntimas y filiales relaciones? ¿Quieres?...

—Quiero que me espere usted aquí un momento, con eso seguiremos esta conversación en el coche que se detiene en oste momento á la puerta, en el tránsito hasta mi casa.

—Yo á tu casa, insensato?

—Espere usted, mi querido amigo—dijo Daniel, dejándolo en el zaguán.

—Fermin, monta en mi caballo, y véle á casadijo á su criado, que lo esperaba en el patio.

—¿Qué hay?—preguntaron madre e hija al entrar Daniel en la sala.

—Nada. Noticias de Eduardo. Está impaciente.

Está loco por salir de su escondite y volar á Barracas. Pero yo parto é casa, á escribirle y ponerlo enjuicio.

—Sí, no vaya usted en persona—dijo madama Dupasquier.

—Daniel, prométamolo usted—dijo Florencia, poniéndose de pie delante de su amado.

—Lo prometo—dijo Daniel, sonriendo y oprimiendo las manos de su Florencia.

—¿Se vo, usted ya?

—Sí, y me voy en el coche que está pronto para ir á buscar á Amalie, porque acabo de mandar mi caballo.

Y vuelve usted?

—A las tres.

—Bien, á las tres—dijo Florencia, apretando