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Qué hay—le preguntó a su criado, sin per mitirle entrar en la sala, para que no oyesen las señoras, si ocurría algo desagradable, en ese día on que todo parecía conspirarse contra todos.

—Ahí cetá el señor don Cándido—respondió Fermin.

Dónde?

—Fin el zaguán.

Daniel se puso de un salto al lado de su maestro.

Qué hay de Eduardo?—le preguntó con la voz, con los ojos y con la fisonomia.

—Nada.

Daniel respiró.

Nada— prosiguió don Cándido, —está bueno, tranquilo, sosegado; pero hay algo de ti.

—¿De mí?

—Si; de ti, joven imprudente, que te precipitas en in...

—En un infierno, está bien. ¿Pero qué hay?

—Oye.

—Pronto.

—Despacio, oyo: Victorica habló con Mariño.

— Bien.

—Mariño habló con Beláustegui, —Adelante.

—Belaustegui habló con Arana.

—Adelante.

—Y yo of á Beláustegui y á Arana.

—¿Y de ahí?

—De ahí resulta que Belaustegui le ha dicho á Arana que Mariño le ha dicho á él que Victorica le ha dicho en la policía que ha dicho al comisario de tu sección, que desde esta noche vigile tu casa, y te haga seguir, porque hay sospechas terribles sobre ti.