Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/240

Esta página no ha sido corregida
— 236 —

chillo voraz de aquel mendigo de poder, que, arrojado de su patria, fué á vender su mano y su alına á un tiranc extranjero, para saciar en la sangre de pueblos inocentes su instinto innato á los delitos, y cuya cabeza sabrá marcar la posteridad con el sello indeleble de su reprobación y de su desprecio!

¡Sólo Dios, sí, sabe cuántas nobles mujeres argentinas han bajado al sepulcro, paso á paso, llevadas por la mano de esa época de sangre, y de impresiones rudas sobre su corazón sensible!

—Daniel—dijo inadaina Dupasquier, es preciso salir del país; usted y Eduardo, mañana, si es posible. Amalia, yo y mi hija, los seguiremos pronto.

—Bien, bien, señora. Ahora no hablemos de eso.

Necesita usted reposo.

Y cree usted posible tenerlo en este país?

No cree usted que en cada minuto tiemblo por su seguridad? Además, una vez que se han fijado las sospechas de Rosas sobre mi casa, ya está sentenciada á continuos insultos: y cada persona que entre en ella, á ser espiade, y perseguida también.

—Dentro de ocho días, quizá, estaremos libres de esta situación.

—No, Daniel, no. La mirada de Dios se ha separado de nuestra patria, y no tenemos que prever sino desgracias. No quiero, ni que Amalía pise esta COSO .

—Amalia acaba de sufrir la misma visita que usted.

—También?

—St; hace dos horas.

¡Ah, Asta es doña María Josefa, mama!

La señora Dupasquier hizo un gesto como si le