á su futura madre, y de arrodillarse delante de ella con su Florencia, cada uno teniéndole una mano, fijos sus ojos en aquéllos cuya primer mirada esperaban con impaciencia. Daniel se atrevió á preguntar á su Florencia, con palabras dichas casi al oído:
—¿Pero qué ha habido? Este desmayo no le da, sino después de algún disgusto.
¿Hoy?
—Ahora mismo. ¿Has encontrado á Victorica?
—No.
—Acaba de salir de aqui.
—¿De aquí?
—Si. Ha venido con un comisario y dos soldados, y ha registrado toda la casa.
Pero á quién buscaba?
—No lo ha dicho, pero creo que á Eduardo, porque ha querido hacer sobre él algunas preguntas á mamá.
+¿Y?...
—Mamá se negó á responderle.
—Bien.
—Se negó tambiér á abrir la puerta de un cuarto interior que casualmente se hallaba cerrada, y Victorica la hizo echar abajo.
—¿Pero, por qué no se abrió esa puerta?
—Porque mamá dijo desde el principio & Victorica que no se quería prestar á conducirlo al interior de su casa; que él obrase corno quisiese, pues que tenía la fuerza para hacerlo. Mamá se ha sostenido con un valor y una dignidad propios de ella.
Pero luego que ha quedado sola, me ha hablado mucho de nuestro casamiento, me ha dicho que es necesario salir del país y para siempre. En mis bra-