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Al verlo así, cualquiera diría que era un joven indolente, cuya organización voluptuosa salia á gozar de los rayos acariciadores del sol de agosto en aquel riguroso invierno de 1840, prefiriendo el paseo á caballo, para no poner sus delicados pies sobre las húmedas arenas de Barracas.

Pero lo cierto era que Daniel no se acordaba si estaba en invierno ó en verano, ni gozaban solaz elguno sus sentidos ni su espíritu.

Dominado por sus propias ideas, Daniel iha en abstracción completa de cuanto lo rodeaba; meditando sobre cuanto medio le sugería su fecunda imaginación para ver de encontrar aquél que le hiciese señor de la difícil situación en que se hallaban las personas cuya suerte le estaba exclusivamente confiada. Situación que le mortificaba, tanto más, cuanto que por ésta se veia distraído á cada momento de los sucesos públicos á que quería consagrar toda la actividad de su espíritu.

Además, Daniel era supersticioso como su prima, o mejor dicho, nás supersticioso que ella, por cuanto era más exaltada su imaginación y más profundas sus convicciones sobre el fatalismo de las cosas. Y una inquietud vaga se había apoderado de su espíritu desde el momento en que vió que no había llegado á tiempo para encontrarse en la visita domiciliaria de Victorica, de quien él se proponfa sacar un inmenso partido en favor de Amalia.

Sin embargo, él se había manifestado contento & su prima, inspirándole toda cuanta confianza 80bre la suerte de Eduardo podía dar tranquilidad á su corazón. Había también convenido con ella en que, si los sucesos se prolongaban más de ocho