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estilo, y que sea más bien una conferencia leal y franca.

—Hable usted, señor.

Conoce usted á don Eduardo Belgrano?

—Sí, lo conozco.

— Desde qué tiempo?

—Hará dos ó tres semanas contestó Amalía rosuda como una fresca rosa, y bajando la cabeza, avergonzada de tener que mentir por primera vez en su vida.

—Sin embargo, hace más tiempo que lo han visto en esla casa.

—Ya he contestado á usted, señor.

¡Podría usted probar que don Eduardo Belgrano Lo ha estado oculto en esta casa desde el ines de mayo hasta el presente?

—No me empeñaría en probar somejante cosa.

Luego es cierto?

—No he dicho tal cosa.

—Pero, en fin, usted dice que no probaría que no estuvo..

—Porque es usted, señor, quien debe probar lo contrario.

Y sabe usted dónde se encuentra actualmente?

—¿Quién?

—Belgrano.

—No lo sé, señor; pero si lo supiera, no lo diría —contestó Amalia alzando la cabeza, contenta y altiva porque se le presentaba la ocasión de decir la verdad.

—Ignora usted que estoy cumpliendo una orden del señor Gobernador? — dijo Victorica empezando á arrepentirso de su indulgencia con malia.