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la quinta, y él y Luisa se dirigieron á aquella par te del edificio en que estaban las habitaciones de Eduardo y el comedor.

—¿Quién habita en ese cuarto?—preguntó Victorica examinando el de Eduardo.

—El señor don Daniel cuando viene á quedarse —contestó Luisa sin le, inínima turbación..

—¿Y cuántas veces por semana sucedo eso?

—La señora me ha mandado que le enseñe á usted la casa, y no que la dé cuenta de lo que pasa en ella. Puede usted preguntárselo á la señora.

Victorica se mordió los labios no sabiendo qué hacer con aquella muchacha, y pasó ú otra habitación, y, por último, al comedor, sin haber encontrado cosa alguna que le diese indicios de lo que buscaba, Durante se ejecutaba esta pesquisa policial, en el modo y forma adoptados por la dictadura, una escena bien diferente, pero no menos interesante, tenía lugar en la sala.

Luego que Victorica y el comisario pasaron a las piezas interiores, Amalia, sin levantar los ojos á hourar con su mirada la fisonomía de Mario, le dijo:

—Puede usted sentarse, si tiene la intención do esperar al señor Victorica.

Amalia no estaba, rosada, estaba punzó en aquel momento. Y Mariño, por el contrario, estaba pálido y descompuesto en presencia de aquella mujer, cuya belleza fascinaba y cuyar maneras imperioBas y aristocráticas, podemos decir, imponían.

—Mi intención—dijo Mariño, sentándose á algunos pasos de Amalia,—mi intención ha sido prestar á usted un servicio, señora, un gran servicio on estas circunstancias.

AMALIA 15.—TOMO I