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Niña, eres muy atrevida, pero tu edad me hace perdonarte. A ver, abre esa puerta.

Esla?

—Si.

—Esta puerta da á mi aposento.

—Bien, ábrela.

—No hay nadie en él.

—No importa, ábrela.

— Yo? no, señor, no la abro. Abrala usted, ya que no crec en mi palabra.

Victorica miró largo rato á aquella criatura de dicz ú once años que osaba hablarle de ese modo, y en seguido levantó el picaporte de la puerta y entró en el dormitorio de Tuisa.

—Vén, niña le dijo viéndola que se quedaba en el tocador.

—Iré si manda usted á este señor que vaya tainbién con nosotros—dijo Luisa señalando al comisario que se cutretonie en exeminar los pebeteros de oro.

El comisario cohó sobre ells, una mirada aterradora, que no consiguió, sin embargo, aterrar á la intrépida Tiga, y volviendo el pebetero & la rinconera, volvió á seguir los pasos de Victorica.

—Señor, no me revuelva usted mi cama. Después no se vaya usted á enojar si le quiero ensenar el bebedero de los pajarillos—dijo á Victorica al verlo levantando la colcha de la cama y mirando bajo de ello.

—¿Adónde da esta puerta?

—Al patio.

—Abrela.

—Tire usted no más, está abierta.

Una vez en el patio, Victorica hizo una seña al comisario, que por la verja de hierro se dirigió á