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Con el sombrero en la mano, y después de hacer una profunda reverencia, dijo á Amalia:

—Señora, soy el jefe de policia; tengo el penoso deber de hacer un escrupuloso registro en esta casa: es una orden expresa del señor Gobernador.

— Y estos otros señores vienen también á registrar mi casa?—preguntó Amalia, señalando hacia Mariño y hacia el comisario de policía.

—El señor, no—contestó Victorica indicando á Mariño; este otro señor es un comisario de policía.

—Y puedo saber á quién ó qué se viene á buscar en mi casa, de orden del señor Gobernador?

—Dentro de un momento se lo diré á ustedrespondió Victorica con una fisonomía muy seria, pues que él y sus compañeros estaban de pie, sin haber recibido de Amalia. la minima indicación de sentarse.

Ella tiró del cordón de la campanilla, y dijo á Luisa, que apareció el momento:

—Acompaña á este señor y ábrele todas las puertas que te indique.

Victorica hizo un saludo á Amalia siguió á Luisa por las piezas interiores.

Acompañado del comisario pasó al gabinete de lectura y luego al suntuoso aposento de la joven.

El jefe de policía no era hombre de tan delicado que senti quando el Jefe de Policia consintió en que se me permitiuso hacer traer algunas velas y algunos libros. Y fue sobre la llama do osas velas donde carbonicé algunos palitos de hierba mate para escribir con ellos, sobre las paredes de mi calabozo, los primeros versos contra Rosas, y los primeros juramentos de mi alma de diecioueve años do hacor contra o birano y por la libertad de ni patria, todo cuanto ha heuhu y sigo haciendo, en el largo periodo de mi destierro.—Jurmot