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no en el aire en dirección á los dos jóvenes y saliendo pausadamente del gabinete.

—El negocio se vuelve más serio, Eduardo.

— Qué hay?

—Algo de Amalia.

—jOh!

—Sí, de Amalia. Acaba de recibir aviso de que dentro de una hora la policía le hará una visita domiciliaria, y me lo manda decir por Fermín & quien yo había mandado á Barracas antes de venir & verte.

Y qué hacemos Danici? ¡Pero, oh, cómo pregunto qué hacemos!... Daniel, me voy á Barracas.

—Eduardo, no es tiempo de hacer locuras. Yo estimo mucho á mi prima para permitir á nadie que arroje sobre ella la desgracia—dijo Daniel con un tono y una mirada tan serios, que hicieron una fuerte impresión en el ánimo de Eduardo.

—Pero yo soy la causa de los insultos á que esa señora se vc expuesta, y soy yo, caballero, quien debe protegerla— contestó Eduardo con sequedad.

—Eduardo, no hagamos locuras—repitió Daniel, volviendo á la dulzura natural con que trataba á su amigo, no hagamos locuras. Si se tratase de defenderla de un hombre, de dos hombres, de más que fuesen, con la espada en la mano, yo te dejaría muy tranquilo el placer de entretenerme con ellos. Pero es del tirano y de todos sus secuaecs de quienes debemos defenderla, y para con ellos tu valor es impotente; tu presencia les daría mayores armas contra Amalia, y no conseguirías libertar, ni tu cabeza ni la tranquilidad de mi primabertar, ni tu cabeza ni la tranquilidad de mi prima.