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Fermín está ahí?

—Sí. Está en el zaguán, dice que quiere hablarte.

— Acabara usted, con mil bombas!—exclamó Daniel saliendo apresuradamente del gabinete.

¡Qué genio: Se ha de perder, se ha de estrellar contra el destino. Oye, tú, Eduardo, tú que paroces más circunspecto, aun cuando después que saliste de la escuela en que erae quicto, tranquilo y estudioso, no he tenido la satisfacción de tratarte; es necesario que tengas mucha cautela en la situación actual. Dime: ¿por qué no entras hoy mismo estudiar con los jesuitas y ta entregas & la carrera eclesiástica?

—Señor, ¿me hace usted el favor de dejarme el alma en paz?

—¡Ay! ¡malo! También eres tú como tu amigo? Y qué pretendéis, jóvenes extraviados en la carrera tortuosa, en la pendiente rápida en que hoy os habéis lanzado?

Pretendemos que nos deje usted solos un momento, señor don Cándido—dijo Daniel que entraba en el gabinete á tiempo que eu respetable maestro de primeras letras empezaba la interrumpida frase de su valiente apóstrofe.

—¿Nos amenaza algún peligro, Daniel? — preguntó don Cándido mirando tímidameite & su dis cipulo.

—Ninguno absolutamente. Son asuntos míos yde Eduardo.

—Pero es que nosotros tres estamos hoy foramando un solo cuerpo indivisible.

—No importa; lo dividiremos momentáneamente. Háganos usted el favor de dejarnos solos..

—Quedad—dijo don Cándido extendiendo su ma-