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Todos los jóvenes tenían fijos sus ojos en el suelo. Sólo Daniel tenía su cabeza erguida, y sus miradas estudiaban, una por una, las fisonomías de los jóvencsw —«Señores—dijo al fin,—mi querido Belgrano »ha hablado por mí en cuanto al espíritu de indi»vidualismo que por desgracia de nuestra patria »ha caracterizado siempre á los argentinos. Pero »los males que ha traído esa falta de nuestra vie»ja educación, es la mejor esperanza de que nos »enmendaremos de ésta, y el incitaros á la asocia»ción, después de iniciaros la necesidad de perma»necer en Buenos Aires, era la segunda parte del »pensamiento que me ha conducido á este lugar.

»labéis convenido conmigo en que debemos us»perar los sucesos en Buenos Aires; justo es con»vengáis también en que, si esos sucesos nos en>cuentran disociados, eu bien poca parte les po»dremos ser útiles.

»Además, nos encontramos hoy sobre el cráter »de un volcán, que fermenta, que rugo, y cuya cx»plosión no está lejos.

»Los asesinatos cometidos ya, no son un fin; »son el principio de una cadena de crimenes que, »como los anillos de una serpiente, va á desenvol»ver sus esiabones en torno á la cabeza de todos.

»Rosas, por medio de su Gaceta y de sus repre»sentantes, hace muchos meses que está azuzan»do á sus lebreles.

»La embriaguez del crimen ha perturbado ya el »cerebro de nuestros asesinos, y dado á su sangre »la irritación febricitante que es necesaria para el »desbocamiento de los delitos populares.

»Los puñales se aguzan; los brazos se levantan,