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— 211 XIV

LOS DOS AMIGOS

—Vamos, pero hasta la puerta del gabinete solamente, porque yo soy el médico del alma de ese hombre, y sabe usted que los médicos tienen siempre que hablar solos con sus enfermos.

—¡Ah, Daniel 1 —¿Qué hay, señor?

—Nada, entra; pasa adelante; yo me voy á lesaladijo don Cándido al entrar Daniel en cl lugar clasificado de gabinete, y volviendo sobre sus pasos.

—Cierto, las diez.

—Buen día, mi querido Eduardo, dijo Daniel á su amigo sentado en la vieja poltrona de don Cándido, delante de su mesa de escribir.

—Bien podías haberme tenido hasta mañana en esta maldita cárcel sin saber una palabra de nadie—dijo Eduardo.

—Ah! empezamos con reconvenciones?

—Me parece que tongo razón: son las diez de la mañana.

Y bien, qué es de Amalia?

—Muy buena está, gracise á Dios, pero no gra cias á ti, que haces todo lo posible por que lo pase mal.

—¿Yo?

—Tú, sí; y ahí está la prueba—dijo Daniel señalando ocho & diez pliegos de papel dispersos so-