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Basta, basta, Daniel!

¿ —Bion, basta. Entonces estamos de acuerdo?

De acuerdo. Oh, Dios mío, yo estoy como Rosas; soy igual á él en organización, está visto!

—exclamó don Cándido paseándose precipitadamente por el cuarto de Nicolass, y apretándose contra las sienes los perches de naranjo.

Qué es usted igual á osas on organización?

—Sí, Daniel; idéntico.

Diablo! Me hace usted el favor de explicarme eso, señor don Cándido? Porque, si es así entre Eduardo y yo podríamos hacer ahora mismo un gran servicio a la humanidad.

—Sí, Daniel, igual—dijo don Cándido, sin conprender la burla de Daniel.

—¿Pero igual en qué?

—En que tengo miedo, Daniel; miedo de cuanto me rodea.

—¡Hola! Y usted sabe que el señor Goberna¿ dor tiene miedo?

—Sí, lo sé. Ayer, á la oración, mientras yo eªcribía, es decir, mientras sacaba copia de los documentos que te enseñé más tarde, porque siguiendo tus órdenes, saco siempre una copia de más, cl sefior ministro conversaba muy quedito con el scñor Garrigós, y sabes lo que decía?

—Si usted no me lo dice, no creo que pueda adivinarlo.

—Le decía que el señor Gobernador había hecho poner á bordo de la Acteon cuatro cajones 'de onzas; y que estaba viendo el momento en que Su Excelencia se embarcaba porque tiene miedo de la situación que le rodea.

—¡Hola!