—De manera que, si dejo mi empleo de secre tario, la Mazorca me degüella; y si no lo dejo, el pueblo me ahorcs; y todavia, en cualquiera de los dos casos, me puede suceder una desgracia por equivocación.
—Exactamente; eso, sí, es lógica.
—Lógica de los infiernos, Daniel; lógica que me va á costar la vida, por tu causa!
—No, señor, no le costará á usted nada, si usted hace cuanto yo quiero.
Y qué he de hacer? habla.
Voy á ponerlo á usted el dilema en otro senestamos en el momento de crisis; en ella, ó Rosas ha de triunfar de Lavalle, ó Lavalle de Rosas, no es así?
tido —Cierto, así es.
—Bien, pues: en el primer caso, usted tiene en don Felipe Arana un apoyo para continuar en su próspera fortuna; y en el segundo, usted tiene en Eduardo la mejor tijera para cortar la soga del pueblo.
—En Eduardo?
—Sí, y no hay más que hablar sobre esto, ni repetirlo.
De modo que...
—De modo que usted tiene que guardar á Eduardo en su casa hasta que yo determine.
—Pero...
—Otro hombre menos generoso que yo, compraría el secreto do usted, diciéndole: Señor don Cándido, muy buena está la orden del ejército de Lavalle que me ha dado usted anoche copiada de su puño y letra, y á la menor indiscreción suya, esc documento irá á manos de Rosas, señor don Cándido...