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maestro, entró en el cuario de la provinciana, sirvients de él, y sentóse sobre una vicja silla de vaqueta.

...

Don Cándido so paró a su lado, y extendiendo el brazo, le dijo:

—Tómame el pulso, Daniel.

Yo?

—Sí, tú.

—¿Y qué diablos quiere usted que haga yo con su pulso?

Ver la fiebre que me devora, que me consume, que me abrasa desde anoche. ¿Qué quieres hacer de mí, Daniel? ¿ Qué hombre es éste que has metido en mi casa?

—¡Ahora salimos con esas 1 No lo conoce usbed ya?

—Lo conocí de niño, como te conocí á ti y á tantos otros, cuando era infante, tierno é inocente como todos los niños. Pero, sé yo acaso cuál es su vida actual, cuáles sus opiniones, cuáles sus compromisos? ¿Puedo creer que es un inocente cuando me lo traes entre el lóbrego misterio de la noche, y cuando me ordenas que nadie lo vea y que á nadie hable de este asunto? ¿Puedo creer que es un amigo del Gobierno cuando lo veo sin una sola de las divisas federales, y con una corbata blanca y celeste? ¿No debo deducir de todo esto, por una lógica concluyente, que aquí hay alguna intriga polítics, alguna conspiración, algún complot, alguna revolución en que yo estoy tomando parte sin saberlo y sin quererlo; yo, un hombre pacífico, tranquilo y sosegado; yo que por mi grave y circumspecta posición actual como secretario de Su Excelencia el señor ministro Arana, que es un hombre excelente, como su señora y