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sas, saltándole el alma y la risa en el cuerpo.

—Oh, es une coupación muy fuerte para una señorita —exclamó el señor Mandeville, siempre machacando y haciendo saltar una lluvia de fragmentos de maiz sobre el padre Viguá que se los devoraba con mucho gusto.

—Más fuerte, señor Mandeville, más fuerte. Si el maíz no se quicbra bien, la mazamorra sale muy dura.

El ministro plenipotenciario y enviado extracrdinario de Su Majestad la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, continuaba machacando el maíz para la mazamorra del Dictador argentino.

—¡Tatita !

Roses le tiró del vestido á su hija para que caHlase, y prosiguió:

—Si se causa, deje, no más.

—Oh. no, señor Gobernador, no!—le contestó Mandeville dando cada vez más fuerte, y empezando á sudar por todos sus poros.

A ver? Espérese un poquito—dijo Rosas acercándose al nortero y revolviendo los granos con su mano. Ya está bueno—prosiguió después de examinar el maíz,—csto es saber hacer las cosas.

Y á tiempo de concluir estas palabras, doña María Josefa Ezcurra apareció en la escena.

—Te parece bien á Vueselencia? — preguntó Mandeville desdoblándose sus puños butista, después de haber saludado á la recién venida.

—Muy bueno está, señor ministro. Manuela:

acompaña al señor Mandeville, llévalo á la sala, si quiere. Conque, hasta siompre, mi amigo. Es-