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y esta primera víctima de su padre tomó de manos de la mulata la maza con que machacaba el maíz, y, enrojeciio su semblante y trémulas sus manos, continuó en el mortero la operación de le criada.

—¿Usted sabe para qué es ese maíz que pisa ni hija, señor Mandeville?

—No, Excelentisimo Señor—respondió el ministro paseando sus ojos alternativamente de Manuela á su padre, y de la cocinera á Viguá, sentado al pie del mortero.

—Eso es para hacer mazamorra—dijo Rosas.

—¡Ah!

Usted no ha comido mezamorra ?

—No, Excelentísimo Señor.

—Pero esta muchacha no tiene fuerzas. Toda la mañana so la ha llevado cn cso, y el maiz todavía está entero. Mirela, ya no puede de cansada.

¡Vayal levántese Su Reverencia, padre Viguá, y ayude un poco á Manuele, porque el señor Mandeville tiene las manos muy delicadas, y es ministro.

—¡Oh, no, señor Gobernador! Yo ayudaré con mucho gusto á la señorita Manuelita—dijo Mandeville eccreándose al mortero y tomando la maza de manos de Manuele, que á una seña de su padre se la entregó sin vacilar, comprendiendo ontonces la idea que había tenido, y sonriendo de ella.

El ministro de Su Majestad Británica, caballero Mandeville, se dobló los puños de batista de su camisa, y empezó a machacar el maíz á grandes golpes.

Así; nadie dirís, que es inglés, sino criollo; así se pisa, ¿ves, Manuela? Aprende—decía Ro-