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—Que se los lleve el Diablo á todos, es lo que yo deseo.

—Los negocios están muy gravemente complicados.

—Sí, está bueno, y no sabe más?

—Por ahora, nada más, Excelentisimo Señor.

Espero el paquete.

Entonces usted me dispensará, porque tengo que hacer—dijo Rosas levantándose.

—Ni un minuto quiero que pierda Vuecolencia su precioso tiempo.

—Sí, señor Mandeville, tengo mucho que hacer, porque mis amigos no mo saben ayudar en nada.

Y ltosas salió del cuarto llevando en pos de sí al señor Mandeville, más débil y sumiso y humillado que el último lacayo de la federación de entonces.

Más por un efecto de distracción que por civilidad, Rosas acompañó al ministro hasta la puerta de su antegabinete, que daba al pasadizo, donde encontraron á Manuela dando órdenes á la mulata cocinera que continuaba en su faena del maíz.

Se deshacia Mandeville en cortesías y cumplimientos á la hija del Restaurador, cuando Rošas, por una de esas súbitas inspiraciones de su carácter, mitad tigre y mitad zorro, mitad trágico y mitad cómico, con los ojos y con las manos hacía violentas señas á su hija, que, con trabajo, pudo, al fin, comprender la pantomima de su padre.

Pero la perplejidad quedó pintada en el semblante de la joven cuando comprendió lo que se le ordenaba bacer; no sabiendo, ni k que contestar al señor Mandeville, ni si debía ó no ejecutar la voluntad de su padre. Una mirada de él, sin emhargo, amilanó el espíritu domeñado de Manucla;