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»tas dolosas y á la filosofía armada; adornados con »aquellas cualidades, arrojémonos á plantar el ár»bol santo de la libertad, garantida por una cons »titución, ante la cual el grande, el pequeño, el »fuerte, el débil, queden asegurados en sus dere»chos y propiedades.

»Tales son los votos que animan á vucstro com»patriota y amigo.—TOMÁS BRIZUELA .

»Está conforme.—Ersilvengoa.» — Bah, palabras bonitas de los unitarios!

— Oh, nada más!—contestó el dócil ministro de la Gran Bretaña.

Sabe algo más?

La anarquía entre Rivera y los emigrados argentinos, entre Rivera Lavalle, entre los amigos del gobierno delegado y Rivera, y entre todo el género humano, continúa haciendo prodigios en la República vecina.

—Ya lo sé: ¿y de Europa?

De Europa?

—Sí, no hablo eu gringo.

—Creo, Excelentísimo Señor, que la cuestión de Oriente se ha complicado más, y que las oficiosidades del gobierno de mi soberana darán una pronta y feliz solución á la injusta cuestión promovida por los franceses al gobierno de Vuecclencia.

—Eso mismo me decía usted hace un año.

—Pero ahora tengo datos positivos.

—Los de siempre.

—La cuestión de Oriente...

—No me hable más de eso, señor Mandeville.

Bien, Excolcntísimo Señor.

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