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Ob, bien, bien, así lo haré.

—No, si yo no le digo que lo haga. Yo no los necesito á ustedes para nada. Yo digo lo que l haría en lugar de usted.

—Bien, Excelentisiino Señor. Los amigos do Vuecelencia velarán por su seguridad, mientras el genio y el valor de Vuecelencia velan por los destinos de este hermoso país y de la causa tau justa que sostiene.

Vuecelencia ha tenido noticias de las provincias del interior?

Y qué me importan las provincias, señor Mandeville?

—Sin embargo, los sucesos en ellas...

—Los sucesos en ellas no me importan un diablo. Usted cree que si yo venzo á Lavalle y lo echo derrotado á las provincias, tengo mucho que temer de los unitarios que se han levantado allá?

—Que temer, no; per la prolongación de la guerra !...

—Es lo que me daría el triunfo, señor Mandeville; contre mi sistema no hay más peligros que los inmediatos á mi persona; pero los que están lejanos y duran mucho, esos me hacen bien, lojos de hacerine mal.

Vuecelencia es un genio.

—A lo menos, valgo más que los diplomáticos de Europa. ¡Pohre de la federación si hubiera de ser defendida por hombres como ustedes! ¿Usted sabe por qué á los unitarios se los llevó el diablo?

Creo que sí, Excelentísimo señor.

—No, scior, no lo sabe.

—Puede que esté equivocado.

—Sí, señor, lo ostá. Se los llevó el diablo, porque se habían hecho francesos é ingleses.

—Ah, las guerras locales!

AMALIA 13. TOMO II