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les dice nada. Traición, y nada más que traición, porque todos son unos, ó quizá porque usted y to dos sus paisanos son también unitarios como los franceses.

— —Eso no, eso no, Excelentísimo Señor. Yo soy un leal amigo de Vuecelencia y de su causa, y la prueba de ello la tiene Vuecelencia en mi conducta.

—¿En qué conducta, señor Mandeville?

—En mi conducta de ahora mismo.

Y qué hay ahora mismo?

—Ahora mismo estoy aquí para ofrecer á Vuecelencia mis servicios personales, en cuanto quisicra ocuparme.

Y qué haría usted si llogaso el caso en que yo me viese perdido?

—Haría desembarcar fuerzas de los buques de Su Majestad para venir á proteger la persona de Vuecelencia y su familia.

Bah! Y usted cree que los treinta ó cuarenta ingleses que bajasen, habían de ser respetados por el pueblo, si se levantase contra rí?

—Pero si no fueran respetados, las consecuencias serían terriblcs.

¡Sí! y á mí me habría de importar mucho que los ingleses bombardeasen la ciudad, después que me hubiesen fusilado! Así no se protegen los amigos, señor Mandeville.

Sin embargo...

— Sin embargo, si yo fuera ministro inglés, si fuera Mandeville, y usted Juan Manuel Rosas, lo que yo haría sería tener una ballenera á todas horas á la orilla del bajo de la casa en que viviera, para cuando mi amigo Rosas llegase á ella, poder embarcarlo con facilidad.