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algún suceso feliz que lo despejase del mal humor que lo dominaba después de tantas horas.

Viguá había asomado por dos veces su deforme cabeza por la puerta del gabinete que daba al cuarto contiguo al angosto pasadizo que cortaba el muro, á la derecha del zaguán de la casa; y el bufón de Su Excelencia habia conocido en la cara de los escribientes que ése no era día de farsas con el amo; y se contentaba con estar sentado en el suelo del pasadizo, comiéndose los granos de maíz que saltaban hasta él del gran mortero en que la mulala cocinera del Dictador machacaba el que había de servir para la mazamorra; que ere, de vez en cuando, uno de los manjares exquisitos con que re galaba el voraz apetito de su amo.

Rosas escribía una carta, y los escribientes muchas otras, cuando entró Corvalán y dijo:

Su Excelencia quiere recibir al señor Mandeville ?

—Sí, que entre.

Un minuto después, el ministro de Su Majestad Británica entró, haciendo profundas reverencias al Dictador de Buenos Aires, que, sin cuidarse de responder á ellas, se levantó y le dijo:

—Venga por acá pasando del gabinete & su alcoba.

Sentose Rosas en su cama, y Mandeville en una silla, & su izquierda.

La salud de Vuestra Excelencia, está bien ?

—le preguntó el ministro.

—No estoy para salud, señor Mandeville.

—Sin embargo, es lo más importante el diplomático, pasando la mano por la felpa de su sombrerocontestő —No, señor Maudeville, lo más importante es