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de la campaña, que se sucedían sin interrupción.

A ninguno de ellos se le detenía en la «oficina.> El general Corvalán tenia orden de hacer entrar á todos al despacho de Rosas. Y el edecán de Su Excelencia, con la faja en la barriga, las charreteras á la espalda, y el espadín entre las piernas, iba y venía por el gran patio de la casa cayéndose de sucño y de cansancio.

Le fisonomía del Dictador estaba sombría como la noche lóbrega de su alma. El leia los partes de sus autoridades de campaña, en la que le anunciaban el desembarco del general Lavalle, los hacendados que pasaban é encontrarlo con sus caballa das, etc., y daba las órdenes que creía convenientes para la campaña, para su acampamento general de Santos Lugares, y para la ciudad. Pero la desconfianza, esa vibora rocdora en el corazón de los tiranos, infiltraba la incertidumbre y el miedo en todas sus disposiciones, en todos los minutos que rodaban sobre su vida.

Expedía una orden para que el general Pacheco se replegase al Sur, y media hora después hacía alcanzar al chasque, y volaba una orden contraria.

Ordenaba que Maza marchase con su batallón á reforzar á Pacheco, y diez minutos después, rosolvía que Maza se dispusiese á marchar con toda la artillería á Santos Lugares.

Nombraba jefes de día para el comando interior de las fuerzas de la ciudad, y cada nombramiento ere borrado y substituido veinte veccs en el transcurso de un día; todo era así.

Su pobre hija, que había pasado en vela toda la noche, se asomaba, de cuando en cuando, al gabinete de su padre, á ver si adivinaba en su fisonomía