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»Rosas que ninguno de vosotros; yo expongo más »que mi vida, porque expongo mi honor á las sos»pechas de mis compatriotas; creedme, pues, que »el peor sistema que la juventud de Buenos Aires »puede adoptar en el deseo que la anima de la li»bertad de su patria, es ausentarse de ella. ¿Se»ria tan desgraciado que no hubieso ninguno de »vosotros que pensase como yo pienso ?> —Esa es mi opinión, esa es mi fe; yo moriré apuñal de la Mazorca antes que dejar la ciudad.

Rosas está en ella, y es á Rosas á quien debemos buscar el día en que uno de nuestros ejércitos pise la provincia. Muerto Rosas, volveremos á tolas partes los ojos y no hallaremos un enemigodijo uno de los jóvenes que se encontraba on la reunión.

—Sois vosotros también de esa misma opinión, amigos míos?— preguntó Daniel.

—Sí, sí, es necesario quedarnos—respondieron con entusiasmo todos los jóvenes.

—Señcres—dijo Eduardo Belgrano luego que se restableció el silencio,—no hay una sola palabra de las que ha pronunciado el señor Bello que no esté perfectamente en armonía con mis opiniones, y sin embargo, yo he sido uno de los que han querido emigrar del país, y aún no sé todavia, si de un momento á otro renovaré mi resolución. Os revclo, pues, una contradicción entre mis opiniones y mi conducta, y en este caso, os dobo una explicación que voy é daros:

»Es cierto que debemos quedarnos; es cierto >que, lejos de abandonar, debemos estrechar cada »vez más un circulo de hierro en derredor de Ro»sas para ahogarlo en el día oportuno á la libertad argentina. Esta teoría no puede ser, ni más ra-