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Sí... pero silencio... un caballo ha parado á la puerta... Pedro !—gritó Daniel saliendo al zaguán.

—Señor?—contestó el fiel veterano de lá Independencia.

Hay gente en la puerta.

—Abro, señor?

1 —Sí; llaman ya; abra usted,— Daniel volvió á sentarse al lado de su primma.

Amalia palideció.

Daniel, tranquilo, fiado en sí mismo como siempre, esperó la nueva ccurrencia que parecia venir á complicar la situación de sus amigos y la suya propia; porque á esas horas, cerca de las doce de la noche, nadie podía vonir á aquells, casa, sino haciendo relación á los sucesos que lo preocupaban.

El fiel Pedro entró en la sala con una carta en la mano.

—Un soldado trae esta carta para la señora dijo.

Viene solo—preguntó Daniel.

—Solo.

Ha mirado usted al fondo del camino ?

—No hay nadie, —Bien, vuelva usted y observe.

—Abrela—dijo Amalia, entregando la carta á su primo.

— Ab—exclamó Daniel, después de abrirlaMira, esta firma es de un gran personaje, conocido tuyo.

—¡Mariño !—cxclamó Amalia, poniéndose colorada como el carmin.

—Sí, Mariño, debo leorla aún?

—Lee, lee.

Daniel leyó: