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diendo de los «gringos», ya la casa de un federal no está segura: y al paso que vamos, mañana han de avisar al Restaurador que en la casa del comandante Cuitiño, la mejor espada de la federación, se esconde también algún salvaje unitario.

Esta es mi casa, comandante, y esta señora es mi prima. Yo vivo aquí la mayor parte del tiempo, y no necesito jurar para que se me crea que donde estoy yo no puede haber unitarios escondidos. Pedro, lleve usted á todos esos señores á que registren la casa por donde quieran.

—Ninguno se mueva de ahí—gritó Cuitiño á los soldados, que se disponían á seguir á Pedro;—ta casa de un federal no se registra,— continuó :—usted es tan buen federal como yo, señor don Dariel. Pero dígame, ¿cómo es que dona María Josefa mne ha engañado?

—Doña María Josefa?—dijo Daniel fingiendo que no comprendía ni una palabra.

—Sí, doña María Josefa.

—Pero ¿qué le ha dicho á usted, comandante?

—Acaba de mandar á decirme que aquí estaba escondido el unitario que se nos escapó aquella noche; que ella misma lo ha visto esta tarde, y que se llama Belgrano.

¡Belgrano!

—Sí, Eduardo Belgrano.

—Es verdad. Eduardo Belgrano ha estado de visita esta tarde, porque sucle visitar de cuando en cuando á mi prima; pero & cse mozo, á quien yo conozco mucho, lo he visto en la ciudad sano y bueno durante todo este tiempo; y el de aquella noche no debió quedar para andarse paseando muy contento—dijo Daniel con cierta sonrisa, muy significativa para Cuitiño.