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—Qué hay? y quién es usted?

—Yo soy el que puede hacerles & ustedes este pregunta. Ustedes vienen en comisión, ¿no es cierto?

—Sí, señor, en comisión—dijo uno de ellos, acercándose á Daniel y mirándolo de pies á cabeza, en el momento en que el joven bajó rosucltamente de su caballo y gritó con voz imperiosa:

—Pedro, abra usted.

Los 'aeis hombres tenían rodeado & Daniel, sin saber qué hacer, esperando cada uno que otro tomase la iniciativa.

La puerta abrióse en el acto, y separando á los dos que estaban contra ella, pasó Daniel resueltamente, diciéndoles :

—Adelante, señores.

Todos entraron bruscamente tras él.

Daniel abrió la puerta de la sala, y entró en ella.

Los seis hombres entraron también arrastrando sus sables sobre la rica alfombra, en la que hacían surcos con las rodajas de sus espuelas.

Amalia, de pie junto a la mesa redonda, pálida al abrirse la puerta de la sala, quedó de repente colorada como el carmin, al ver acercarse á ella aquellos hombres con el sombrero pucsto, y estampado sobre su fisonomía el repugnante sello de la insolencia plebeya. Pero una rápida mirada de Daniel le hizo comprender que debía guardar el más profundo silencio.

El joven se quitó su poncho, lo tiró sobre una silla, y haciendo ostentación del chaleco punzó que en esa época comenzaba á usarse entre los más entusiastas federales, y la gran divisa que traía en el pecho, dijo, dirigiéndose á los seis hombres que toSLAGERS