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rano de la Independencia pondía un hermoso puĎal.

El criado de Eduardo, por su parte, estaba sentado en un umbral de las puertas del patio, esperando las órdenes del soldado, quien, según las instrucciones de Daniel, no debía abrir á nadie la puerta de la calle hasta su regreso.

X UNA NOCHE TOLEDANA

Por muy deprisa que anduvicse Danicl, 'lo era imposible volver á Barracas en el término de una hora, teniendo que ir en coche á dejar á in señora Dupesquier y su hija; conducir á Eduardo muy lejos de la calle de la Reconquista, y á pie para no poner al cochero en el secreto de su refugio; volver a su casa, dar algunas órdenes á su criado, hacer ensillar y volver á Barracas.

Así es que eran ya las nueve y media de la noche, es decir, hora y media después de dejar á su prima, cuando descondía por la barranca de Balcarce, reflexionando y convenciéndose de que la visita de doña María Josefa había sido cl resultado de alguna delación sobre aquello que por tanto tiempo se había velado entre el misterio, y que la vieja, espía de su hermano político, había adquirido el convencimiento de la verdad que le habrían revelado.

En la pérdida de Eduardo está interesado Ro-