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—Bien: iré.

Florencia batió las manos de alegría y atravesó corriendo el salón á tomar del gabinete su sombrero y su chal, repitiendo al volver::

A casa, á casa, Eduardo.

Daniel la niró encantado de la espontaneidad de su alma, y con una sonrisa llena de cariño y dulzura, le dijo:

—No, ángel de bondad, ni á vuestra casa, ni á la de él. En todas ellas puede ser buscado. Irá á otra parte; eso está de mi cuenta.

Florencia se quedó triste.

—Pero, bien—dijo Eduardo, dentro de una hora estarás al lado de Amalia ?

—Sí, dentro de una hora.

—Amalia, es el primer sacrificio que hago por usted en mi vida; pero, créame usted, por la memoria de mi madre, que es el mayor que podría hacer en este mundo.

Gracias, gracias, Eduardo! Hay alguien que pudiera creer que en su corazón de usted cabe el teInor? Además, si se necesita un brazo para defenderme, usted no puede poner en duda que Daniel sabría hacer sus veces.

Felizmente Florencia no escuchó estas palabras ; pues había ido al gabinete á buscar la capa de su madre.

Algunos minutos después, la puerta de la casa de Amalia estaba perfectamento cerrada; y el viejo Pedro, á quien Daniel había dado algunas ingtrucciones, antes de partir, se paseaba desde el. zagnán hasta el patio, estando perfectamente acomodadas contra una de las paredes de éste las escopetas de dos tiros de Eduardo y una tercerola, de caballería, mientras de la cintura del viejo vete.