Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/174

Esta página no ha sido corregida
— 170 —

—Dentro de dos horas, dentro de ura, quizá.

¡Ah! Dios info! Si, Eduardo, al momento, váyase usted, yo se lo mega—dijo Amalix, levantándose y aproximándose al joven; acción que instintivamente imitó Florencia.

—Sí, con nosotros, con nosotros se viene usted, Eduardo dijo la bellísima y tierna criatura.

—Mi casa es de usted, Eduardo, mi hija ha hablado por mí agregó madama Dupasquier.

— Por Dios, señoras! no, no. Aunque no fuera más que el honor, éste me ordera permanecer al lado de Amalia.

—Yo no puedo asegurar—dijo Daniel, que ocurra alguna novedad esta noche, pero lo temo, y para ese caso, Amalia no estará sola, porque dentro de una hora, yo volveré á estar á su lado.

—Pero Amalia puede venir con nosotros—dijo Florencie.

—No, ella debe quedar aquí, y yo con ella—replicó Daniel; si pasamos la noche sin ocurrencia alguna, mañana trabajaré yo, ya que hoy ha trabajado tanto la señora doña María Josefa. De todos modos, no perdemos tiempo; toma, Eduardo, tu cape y tu sombrero, y vén con nosotros.

—No.

— Eduardo! Es la primera cosa que pído á usbed en este mundo; entréguese á la dirección de Daniel, por esta noche, y mañana... mañana nos volveremos á ver, cualquiera que sea la suerte que nos depare Dios.

Los ojos de Amalia, al pronunciar estas palabras, húmedos por el fiúido de su sensibilidad, tenían una expresión de ruego ten tierna, lan melancólica, que la energía de Eduardo se dobló aute ella, y sus labios apenas modularon dos palabras: