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do de la presión de su mano. Sólo el demonio ha podido inspirarle tal idea, y ella va perfectísimamente convencida de que, sólo habiendo oprimido una herida mal cerrada aún, ha. podido originar en Eduardo la impresión que le hizo, y que ha devorado con placer.

—Pero ¿quién ha podido decirselo ?

No hablemos de eso, mi pobre Amalia. Yo tengo perfecto conocimiento de lo que acabo de decir, y sé que ahora estamos todos sobre el borde de un precipicio. Entretanto, es necesaria una cosa en el momento.

—¿Qué ?—exclamaron todas las señoras, que estaban pendientes de los labios de Daniel.

Que Eduardo dejo esta casa inmediatamente, y se venga conmigo.

— Oh, no—exclamó Eduardo, levantándose iluminados sus ojos por un relámpago de altivez, y poniéndose de pie al lado de su amigo, junto á la chimenea, —No—prosiguió.—Alcanzo ahora toda la malignidad de las acciones de esa mujer; pero es, por lo mismo que me erco descubierto, por que debo permenecer en este casa.

—Ni un minuto le contestó Daniel con su aplomo habitual, en las circunstancias dificiles.

Y ella, Daniel?—le replicó Eduardo nerviosamente.

—Ella no podrá salvarte.

—Sí, pero po puedo libertaria de uma ofensa.

Con cuya liberación, se perderían ustedes dos.

No; me perdería yo solo.

—De ella me encargo yo.

—¿Pero, vendrán aquí?—preguntó Analia, toda inquieta, mirando á Daniel.