Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/171

Esta página no ha sido corregida
— 167 —

van & querer pellizcarle ahí, para verlo desmayarse..

Quiere usted sentarse, señora?—dijo Amalia, girando la cabeza hacia doña María Josefa, sin alzar los ojos, y señalando una silla que había en el extremo del círculo que formaban en derredor do la chimenea.

—No, no—dijo Agustina, ya nos vamos, tengo que hacer una visita y estar en mi casa antes de las nueve de la noche.

Y la hermosa mujer del general Mansilla se le vantó, ajustándose las cintas á su gorra de terciopelo negro, que hacía resaltar la blancura y la belleza de su rostro.

En vano quiso Amalia violentarse; no pudo conseguir despejar su ánimo de la prevención que la dominaba ya contra doña María Josefa Ezcurra:

aún no había traslucido la maldad de sus acciones, pero le era bastante la groserío de la parte ostensible de ellas, para hacérsele repugnante su presencia y jamás despedida alguna fué hecha con más desabrimiento á esa mujer todopoderosa en aquel tiempo: Amalia le dió a tocar apenas la punta de aus dedos, y ni le dió las gracias por su visita, ni le ofreció su casa.

Agustina no pudo ver nada de esto, entretenida en despedirse y mirarse furtivamente en el grande espejo de la chimenec, tomando en seguida el brazo de Daniel que las condujo hasta el coche. Pero todavía desde la puerta de la sala doña María Josefa volvió su cabeza, y dijo, dirigiéndose á Eduardo:

—No me vaya á guardar rencor, ¿eh? Pero no se vaya a poner agua de Colonia en el muslo, porque le ha de hacer mal,