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do la voz, y mirando con algo de severidad á Amalia.

—Excelente dijo madama Tupasquier, pero...

—Pero, perdone usted, señora, lo disfrutaremos solamente hasta las diez ó las once—la interrumpió Daniel, alcanzando que madama Dupasquier iba a hablar de retirarse, dirigiéndole al mismo tiempo una mirada que la inteligente porteña comprendió con facilidad.

— TALM

—Justamente, esa es mi idea—repuso la señora, —es preciso que saboreemos bien el gusto de esta visita, ya que tan pocas veces nos damos este placer.

—Gracias, señora—dijo Amalia.

—Ticne usted razón—agregó Agustina, y yo también me estaría hasta esas horas, si no tuviese que ir á otra parte.

—Es muy justo—dijo Amalia, cambiando con madama Dupasquier una mirada bien inteligente sobre la razón algo impertinente que acababa de dar Agustina.

—Qué tal, lo he hecho bien ?—preguntó Florencia á doña María Josefa, levantándose del piano.

—¡Oh, muy bien ! ¿Sc le pasó á usted el dolor, señor Belgrano?

. —Ya, sí, señora—respondió Amalia con prontibud, y sin dar vuelta la cabeza para mirar á doña María Josefa.

—No me vaya usted & guardar rencor, ¿eh?

—Si no hay de qué, señora—dijo Fiduardo violentándose para dirigirle la palabra.

—Lo que le prometo es no decir á nadie que tiene usted tan sensible el muslo izquierdo, & lo menos á las muchachas, porque si lo saben, todas