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ba estudiando en el complicado libro de la natu raleza moral.

Ya lo veis, señores—continuó con su imper»turbable sangre fría, en todas partes la revolu»ción se levanta gigantesca, pero esa revolución »tiene un fin; ¿por qué no hemos de creer que la »revolución sea lógica y que vendrá á buscar ese »fin en el lugar en que se esconde? Ese fin es na >cabeza y esa cabeza está en Buenos Aires. Si to»dos los esfuerzos se han de dirigir á ese punto, no es cierto, señores, que debemos cooperar, al »triunfo, cuando se aproxime á él?» —Sí, sí—exclamaron todos los jóvenes.

«Despacio, soñores, despacio. Tengamos lógi»ca antes que entusiasmo. Decís que si; pero he »aquí que el modo como vosotros deseáis cooperar, »es aquel precisamente con el que yo estoy en opo»sición continua.

»He empezado por mostraros al crecido número »de hombres nuestros que han emigrado del país, »y ese número lo veréis aumentar con el vuestro...

»oldme, señores:

»Cuando hay que vencer un principio difundi»do en la conciencia de una clase ó de un pueblo, »es necesario batirse con esa clase ó con ese pue»blo, con las armas de la razón ó con el acero.

»Cuando hay que batir á un gobiorno, cuya exis>tencia reposa en su poder moral, es necesario cn»tonces minar las bases de ese poder, arrebatén»dole su popularidad, bien sca cn la tribuna, eu »la prensa, ó en los ejércitos. Pero, señores, cuan»do lo que hay que combatir no es un principio, »sino un sistema encarnado en un hombre; no un influjo moral, sino un poder material que se mue»ve, como una máquina de puñales, al resorte de