Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/169

Esta página no ha sido corregida
— 165 —

usted, buen mozo—dijo mirando á Eduardo con una satisfacción imposible de ser definida por la pluma de un hombre; y fué luego á sentarse junto al piano, donde ya estaba Florencia.

Por una reacción natural en su altiva organización, Amalia se despojó súbitamente de todo temor, de toda contemporización con la época y con las personas de Rosas que allí estaban; levantóse, cmpapó su pañuelo en agua de Colonia; se lo dió á Eduardo, que empezaba á volver en sí del vértigo que había trastornádolo un momento; y separando bruscamente la silla en que había estado sentada doña María Josefa, tomó otra, y ocupó el lugar de aquélla al lado de su amado, sin cuidarse de que daba la espalda á la cuñada y amiga del tirano.

Agustina nada había comprendido, y se entretenia cn hablar con madama Dupasquier sobre cosas indiferentes y pueriles, como era su costumbre.

Florencia tocaba y cantaba algo, sin saber lo que hacía.

Doña María Josefa miraba & Eduardo y á Amalia, y sonreía y movía la cabeza.

Daniel, de pie, dando la espalda á la chimenes, tenía en acción todas las facultades de su alma.

No es nada, ya pasó, no es nada—dijo Eduardo al oído do Amalie, cuando pudo reanimarse un poco.

. Pero está endemoziada esta mujer! desde que ha entrado no ha hecho otra cosa que hacernos sufrir le contestó Amalia, bañando con su mirada tan tierna y amorosa la fisonomía de Eduardo.

—Muy bueno esté el fuego—dijo Daniel, alzan-