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sino por el río; es así, que Eduardo va á embarcarse: lucgo, por la costa del río, puedo encontrarlo; y después de este silogismo que envidiaría el señor Garrigós, que es el más lógico de nuestros representantes, bajé la barranca, y me eché á andar por la costa del río.

—¡Y solo—exclamó Florencia, empezando á palidecer.

¡Vayal si no, me callo.

—No, no; siga usted—dijo la joven, esforzándose para sonreirse.

—Bien, pucs; empecé á andar hacia el Retiro, y al cabo de algunas cuadras, cuando ya me desesperaban la soledad y el silencio, percibí, primero un ruido de armas, me fui en esa dirección, y á pocos instantes conocí la voz del que buscaba. Después... después ya se acabó el cuento—dijo Daniel, viendo que Amalia y Florencia estaban excesivamente pálidas.

Eduardo se disponía á dar un nuovo giro á la conversación, cuando al ruido que se sintió en la puerta de la sala, dieron vuelta todos, y al través del tabique de cristales que separaba el gabinete, vieron entrar á las señoras doña Agustina Rosas de Mansilla y doña María Josefa Ezcurra, cuyo cocho no se había sentido rodar en el arenoso camino, distraídos como estaban todos con la narración de Danie!.

Eduardo, pues, no tuvo tiempo de retirarse & las piezas interiores, como era su costumbre cuando llegaba alguien que no cra de las personas presentes.