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ces me salía con mi mujer, y asunto concluido.

Pero... el café, mis queridas señoras—dijo Daniel levantándose y señalando con su mano el gabinete contiguo á la sala donde acababan de servirlo, y adonde entraron todos.

El criado, al servir el café, había colocado una hermosa lámpara solar en la mesa redonda del gabincte, y cerrado los postigos de la ventana que daba á la calle Larga, pues que ya comenzaba á anochecer, Sentados alrededor de la mesa, todos se entretenían en ver á Daniel saborear el café como un perfecto conocedor.

—¡Es una lástima—dijo madama Dupasquier, —que nuestro Daniel no haya hecho un viaje á Constantinopla.

—Es cierto, señora—contestó el joven, allí se toma el café por decenas de tazas, pero hace poco tiempo que he jurado no hacer más viajes en mi vida.

Y especialmente, si para ir á Constantinopla, fuese necesario hacer el viaje en une balleneradijo Amalia.

Y pasar media noche con el agua hasta el cuello para volver á su casa — agregó Florencia mirando con ojos de reconvención á Daniel.

—Y exponerse á ser recibido por algún oficioso guardacosta que lo tome por contrabandista—observó Eduardo.

Hola! También tú, mi querido? Por supuesto, tú, cl més circunspecto de los hombres para hacer viajes, que eres capaz de embarcarte sin que te cueste un alfilerazo!

—En todo caso contaria contigo. respondió