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que la desgracia tendria compasión de echar una gola de acíbar en la copa purísima de la felicidad que gozaban aquellos dos seres que á nadie habien hecho mal en la vida, y que respondinu, amándose, á las leyes de una Providencia superior á ellos mismos.

" De repente, un coche paró á la puerta, y un miauto después inadama Dupasquier, su hija y Daniel entraron en la sala.

Amalia y Eduardo habían conocido el coche al través de las celosías de las ventanas, y como para los que llegaban no había misterios, Eduardo permaneció al lado de Amalia, lo que sólo una voz había hecho en las visitas de Agustina.

Daniel entró, como entraba siempre, bullicioso, alegre, cariñoso, porque al lado de su Florencia ó de su prima su corazón sacudía sus penas y sus ambiciones de otro género, y dabe, expandimiento á sus afectos y á su carácter, en lo que él llamaba su vida de familia.

—Café, mi prima, café, porque nos morimos de frío; nos hemos levantado de la mesa para venirlo á tomar contigo; pero ha sido inspiración mía, no tienes que agradecer la visita ni á la madre ni á la hija, sico á mí—dijo.

—Pides tan poco por el servicio, que bien mereecrías no scr pagado por no saber couocer la importancia de lo que haces—le contestó Amalia, después de haber cambiado besos bien sinceros con sus amigas.

—No le crea usted, Amalia, yo he sido quien le dispuesto este paseo; el perezoso se habría dejado estar hasta mañana al lado de la chimencadijo madama Dupasquier, señora de cuarenta á cuarenta y dos años, de una fisonomía y de un