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las provincias de Cuyo, de irresolución en los agentes franceses, de intrigas locales en la República Oriental.

Daniel entretanto había tenido un tristísimo desengaño: el 15 de junio en que debió tener lugar la segunda reunión de jóvenes en la casa de doña Marcelina, se encontró con que el número de los asistentes no pasaba de siete. La mayor parte de los que concurrieron á la primera reunión, ya no estaban en Buenos Aires, sino en Montevideo, ó en el ejército libertador.

Danict sufrin mucho por el modo con que sus amigos entendían sus deberes patrios; lo dejaban solo; pero en su aislamiento esa alma de privilegiado temple, lejos de desmayar, parecía cobrar nuevas fuerzas con los reveses, y trabajaba con una febril actividad por precipitar el desborde sangriento de los odios de la Mazorca, contenidos por el dique de una primera señal que los faltaba. Y he aqui lo que buscaba Daniel: que rompiera la Mazorca por en medio de la voluntad de Rosss, á ver si de esa prematura, erupción resultaba una reacción del pueblo al sentir el puñal de algunas docenas de bandidos sobre la garganta de tantos inocentes. Pero Daniel no podía con esos lebreles atados con cadena de hierro á la voluntad de su amo, y sólo conseguía ganar en la opinión de ellos el título del más entusiasta y decidido federall'ué en este estado de cosas, y al siguiente día de recibirse la noticia de la batalla, cuando Daniel se embarcó para Montevideo, donde tuvieron lugar las entrevistas que se conocen ya. Y es pocos días después de su regreso á Buenos Aires, ouando vamos á encontrarnos con él en la encantada quinta de Barracas, cuyos dos habitantes ignora-