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L 148entusiasmo, todo cuanto la mente concibe que puede encontrarse en la existencia soñada de la felicidad eterna, porque en medio de la ventura, Eduardo había respotado á Amalia, y Amalia no vela una sombra en el cristal purísimo de su conciencia.

—Sin embargo, estaba convenido entre ambos que Eduardo volvería á la ciudad, debiendo dontro de pocos meses reunirse para siempre. Pero él no estaba perfectamento buono de su herida en el muslo. Podía caminar sin dificultad, pero conservaba aún gran sensibilidad en la herida, y esto y los ruegos de Daciel habían demorado un poco más el día de la separación, si cabia separación en quienes debían volverse á ver á cada instante.

Madama Dupasquier y su hija sentían por Analia el cariño que ella inspiraba á cuantos tenían la felicidad de accrcársele y comprenderle; pero el riguroso invierno de 1840, que había puesto intransitables los caminos, impedía que madama Dupasquier fuese á Barracas tan á menudo como lo deseaba.

Por su parte, Daniel, el hombre para quien no bubía obstáculos en la Naturaleza, ni en los hombres, vefa á su prima y á su amigo casi todos los días; y era en Barracas y en casa de su Florencia, donde su corazón y su carácter podían explayarse tales como la Naturaleza los hizo; allí era tierno, alegre, espirituoso, burlón y mordaz á veces; fuera de allí, Daniel cra el hombre que conocemos ell política..

Por último, la señora doña Agustina Rosas de Mansilla había repetido su visita á Barracas cuatro veces, teniendo la indulgencia de aceptar las disculpas de Amalia por no liaberle pagado ningu-