Que empiece los míos?
—Eso he dicho.
—Pues bien: tengo motivos de queja contra usted, porque nos está sirviendo á medias solamente.
—Nos está sirviendo! ¿A quiénes, señora doña María Josela?
A quiénes! A Juan Manuel, á la causa, á mí, á todos.
— Ah!
—¡Pues! Y á Juan Manuel no le puede gustar esto.
—Respecto á eso yo me entiendo con el señor Gobernador—contesto Mariño mirando á la vieja, aun cuando nadie lo hubiera creído por cuanto sus ojos miraban siempre al sesgo.
—Sí, ¡ como ahora lo ve usted todas las noches !
Miontras usted lo ye tres ó cuatro veces al día, señora contestó Mariño queriendo lisonjear i doña María Josefa, pues, aun cuando Mariño no la quería, por la razón de que a nadie quería en el mundo, sabía cuánto importaba estar á bien con ella siempre, y especialmente en esos momentos en que el interés individual le aconsejaba buscar su auxilic.
— Cuatro? No, tros voces no más lo suelo ver.
—Fs mucha suerte. Pero vamos á esto: en qué sirvo yo á medias?
—En que está usted predicando en la Gaceta el degüello de los unitarios, y se olvida de las unitarias, que son peores.
—Pero es preciso empezar por los hombres.
—Es preciso empezar y acabar por todos, hombres y mujeres; y yo empezaría por las mujeres, porque son las peores, y después hasta por sus inmundas crías, como ha dicho muy bien el juez de