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»do de Eduardo, de cuya fidelidad tenemos todos »repetidas pruebas; y, últimamente, sobre la azo»tea está una persona de mi más completa con.

»ñanza, y cuyo poco valor es nuestra mejor garan»tía, pues si el miedo le impidiese hablar, un le »impediría hacer temblar el techo de esta sala con »sus carreras; es un antiguo maestro de casi todos >nosotros, que ignora los que están aquí, pero »que sabe que estoy yo, y esto le basta. Estáis »satisfechos?» ¿ —El exordio ha sido un poco largo, pero en fin, ya se acabó, y no creo que haya nadie aquí que, después de haberlo oído, no se crea tan seguro como si se hallase en París—dijo un joven de ojoa negros, de fisonoraía alegre y cándida, y que, durante hablaba Daniel, se había entretenido en jugar con una cadena de pelo que tenía al cuello.

—Yo conozco la tierra en que aro, mi querido amigo; yo sé que ninguno de vosotros está tranquilo ; y sé además que soy el responsable de cuanto pueda sucederos. Ahora, vemos al objeto de nuestra reunión.

«Aquí tenéis, señores—prosiguió Daniel sacan»do una cartera llena de papeles, — el primer do »cumento de que quiero hablaros: es una lista de »las personas que en el mes de abril y la primera >quincena de este mayo, han llegado emigradas »de nuestro país á la República Oriental. Repre»sentan un número de ciento sesenta hombres, to»dos jóvenes, patriotas y entusiastas. Contamos, »pues, con ciento seserta hombres menos en Bue»Dos Aires. Tengo motivos para aseguraros que los »que hacen hoy el negocio de conducir emigrados á la Banda Oriental, tienen solicitados más de .