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á mi; porque los criados de ella nunca van á comprar nada á casa, cuando ellos saben que el pairón y todos nosotros somos federales; y porque la he visto muchas veces andar con vestido colesto por la quinta. Y cuando vi catas noches que el ordenanza del señor Mariño, y otros dos rás, andaban rondando la casa, y tomando informes en la pulpería, yo vine á contarle á Su Merced lo que sabía, porque soy buena federal. Es unitaria, sí, señora.

—¿Y qué más sabes de ella, para decir que es unitaria?

—¿Quó más sé?

Sí, qué més sabes?

—Mire Su Merced: una comadre mia supo que doña Amalia buscaba lavandera, fué á verla, pero no la quiso y le dió la ropa á una gringa.

—¿Cómo se llama?

—No sé, señora; pero si Su Merced quiere, yo lo preguntaré.

—Sí, pregúntalo.

Y también tengo que decir á Su Merced que yo le he oido tocar el piano y nanlar á media noche.

Y qué hay en eso?

Yo digo que ha de ser la canción de Lavalle.

Y por qué lo crees?

Yo digo no más.

Y no puedes pasar de noche á la quinta y acercarle á la casa, para oir lo que oanta?

—Veré á ver; sí, señora.

—Mira si puedes entrar en la casa, escóndete y no te muevas de allí hasta que venga el día.

— ¿Y qué hago, señora?

—No diccs que allí hay un mozo?