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—Yo soy federal, señora; yo siempre digo la verdad.

W —Así lo creo; puede retirarse no más.

Inmediatamente á la salida del ex—cochero de Amalia, doña María Josefa llamó á la mulata de la puerta y le dijo:

Está ahí la muchacha que vino ayer de Barracas?

—Está, sí, señora.

—Que entre.

Un minuto después entró en la alcoba una negrilla de dieciocho á veinte años, rolosa y sucia.

Doña Maria Josefa la miró un rato, y le dijo:

—Tú no me has dicho la verdad: en casa de la señora que has denunciado, no vive hombre ninguno, ni ha habido enfermos.

—Sí, señora, yo le juro á Su Merced que he dicho la verdad. Yo sirvo en la pulpería que está er la acera de la casa de esa unitaria: y de los fondos de casa, yo he visto muchas mañanas un mozo que nunca usa divisa y que anda por la quinta de la unitaria cortando flores. Después, yo los he visto, á él y á ella, pasear del brazo en la quinta nuchas veces; y á la tarde suelen ir á sentarse bajo de un sauce muy grande que hay en la quinta, y allí les llevan café.

—Y de dónde ves eso tú?

—Los fondos de casa dan á los de la casa de la unitaria, y yo los suelo irá espiar de atrás del cerco, porque les tengo rabia.

—¿Por qué?

—Porque son unitarios.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque cuando pasa doña Amalia por la pulpería, munca saluda al patrón, ni á la patrona, ni