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estaba comprendiendo que se trataba de algo relativo á la honradez ó å la seguridad de Amalia, y se estaba disgustando de que lo creyesen capaz de querer comprometerla, por cuanto él estaba persuadido de que en el mundo no había una mujer más buena, ni generosa que ella.

Doña María Josefa reflexionó un rato.

—Esto echa por tierra todos mis cálculos—86 dijo á sí misma.

—Y dígame usted, ¿de día tampoco no entraba nadie ?—preguntó.

—Solian ir algunas señoras, una que otra vez.

— No, de hombres le pregunto á usted.

—Solía ir cl señor don Daniel, un primo de la sefiora.

Todos los días?

No, señora, una ó dos veces por semana.

—¿Y después que ha salido usted de la casa ha vuelto á ella á ver á la señora?

. —He ido tres ó cuatro veces.

—Vamos á ver: cuando usted ha ido, á quién ha visto en ella, además de la señora ?

—A nadie.

A nadie, eh?

—No, señora.

—No había algún enfermo en la casa?

—No, señora, todos estaban buenos.

Doña María Josefa reflexionaba, —Bueno, paisano; Juan Manuel tenía algunos informes sobre algo de esa casa; pero yo le diré cuanto usted ne ha dicho, y si es la verdad, usted lo habrá hecho un servicio á la señora, pero si usted me ha ocultadó algo, ya sabe lo que es Juan Manuel con los que no sirven á la federación.